Ser humano exige ver lo perecedero y el mismo perecimiento como elementos de nuestra propia condición.
Ninguna cosa tiene su valor real, ni efectivo en sí misma, sólo tiene el que nosotros le queremos dar; y éste se liga precisamente a la necesidad que tengamos en ella; a los medios de satisfacer esta inclinación; a los deseos de lograrla y a su escasez y abundancia.
Donde reina la envidia no puede vivir la virtud ni donde hay escasez de libertades.