La mañana, esa mañana eternamente repetida, juega poco, sin embargo, a cambiar la faz de la ciudad, ese sepulcro, es cucaña, es colmena... ¡Que Dios nos coja confesados!
Si la nariz de Cleopatra hubiese sido algunas líneas más corta, toda la faz de la tierra sin duda hubiera cambiado.