La muerte es la sombra que confiere plasticidad a la vida.
¿Para qué convertir a los niños en malos fonógrafos, para qué profanar su tierna inteligencia? Basta excitar su curiosidad libre, mantener la elasticidad de su ingenio nativo, tan fácilmente asfixiado bajo las idiotas lecciones de texto; basta conservar el juego de su salud mental.
La fatalidad posee una cierta elasticidad que se suele llamar libertad humana.
Una blandura que no enternece, una energía que no fortalece nada, una concisión que no dibuja ningún tipo de rasgos, un estilo del cual no emanan ni sentimientos ni imágenes ni pensamientos no posee ningún mérito.
Debemos temer el valor de nuestras opiniones, la flexibilidad de nuestros deberes.
Para gobernar se precisa firmeza, pero también mucha flexibilidad y paciencia.