Las formas de nuestra época se obtienen recorriendo el mismo camino por el que avanzaron nuestros antecesores para construir sus extraordinarios templos, catedrales o castillos, para los que no encontraron ningún modelo, pero que respondían a sus necesidades, deseos e ideales y se acercaban a sus aspiraciones.
Nuestros padres juzgaban los libros a través de su gusto y de su razón. Nosotros los juzgamos a través de las emociones que nos causan. ¿Este libro puede perjudicar o puede servir? ¿Es apropiado para perfeccionar o para corromper el espíritu? ¿Hará el bien o hará el mal? Las grandes preguntas que nuestros antecesores se planteaban. Nosotros preguntamos: ¿Causará placer este libro?
Las gentes que nunca se preocupan por sus antepasados jamás mirarán hacia la posteridad.
Nuestros antepasados observaron la complejidad y la belleza de la vida, y comprendieron que tenía que existir un gran creador.
Como consecuencia, el género no es a la cultura lo que el sexo es a la naturaleza; el género también es el medio discursivo/cultural a través del cual la naturaleza sexuada o un sexo natural se forma y establece como prediscursivo, anterior a la cultura, una superficie políticamente neutral sobre la cual actúa la cultura.
Un deseo absolutamente inédito no podría ser percibido, porque no tendríamos un código para descifrarlo. Todo deseo nuevo debe acoplarse a una anterior dosis de memoria para poder existir.