El poeta debe escuchar con respeto la crítica ajena, porque el libro lanzado a la publicidad ya no le pertenece. Él lo entregó al juicio de los hombres, sin que nadie le obligase a ello. Asístele, sin embargo, el derecho de no ser demasiado dócil a admoniciones y consejos, y le conviene, sobre todo, desconfiar aún de sus propias definiciones.
Es que no importa el contenido de la acción. Al darse cuenta de que existen seres desconocidos, imposibles de distinguir, la gente empieza a desconfiar de todo, a cuestionarse, a delatarse, a calumniarse mutuamente, hasta convertir la sociedad en un nido de agentes secretos.