Afortunadamente había comprado uno de esos abrigos de pelo de camello llamados machlah que cubren a un hombre desde la espalda hasta los pies; con mi barba ya larga y un pañuelo enrollado alrededor de la cabeza, el disfraz estaba completo.
Los políticos se defenderán astuta y eficazmente, porque no usarán el ataque de los galos, que se desnudaban el pecho, sino la emboscada de los pabellones negros que abren su agujero en la tierra, se ocultan, y el instante menos pensado descargan el rifle a la espalda del enemigo.
Concentrado le miraba a los ojos, él sonreía como si la locura de un regocijo le ensanchara el alma, a momentos empalidecía; bebió dos vasos de cerveza uno tras otro, enjugóse los labios con el dorso de la mano y dijo con una voz que no parecía suya: ¡Es linda vida! Sí, la vida es linda.
No digo una palabra: continúo mirando la carne de sus blancos cuellos, bordados de locos mechones; persigo, bajo la blusa y los frágiles atavíos, el divino dorso parejo a la curva de sus hombros.