Son hechos los poetas de una masa dulce, suave, correosa y tierna, y amiga de holgar en casa ajena.
Nunca jamás una carta a nadie, un mensaje, un retrato, ni la más leve esperanza. Siempre, a través de los años, el mismo silencio, la misma espera sin fin. Tan sólo aquel airoso caballo negro y aquella alegre yegua blanca que, al caer la tarde, solían mirar el castillo desde un promontorio, para enseguida escapar muy junto galopando como alma que lleva el diablo y sacudiendo sin cesar las crines.
¡Cuántos millones no murieron para que César obtuviera su Grandeza!