Durante toda la evolución del gasto ostensible, tanto de bienes como de servicios o de vida humana, se da el supuesto obvio de que para que un consumo pueda mejorar de modo eficaz la buena fama del consumidor, tiene que ser de cosas superfluas. Para producir buena reputación, ese consumo tiene que ser derrochador.
Me siento la persona más desdichada de este mundo. (...) Creo que nunca volveré a estar bien, y todo lo que hago es intentar mejorar mi situación, que en la realidad se hace peor.