¡Ah, es menester saber las miserias de esta vida puerca, comer el hígado que en la carnicería se pide para el gato, y acostarse temprano para no gastar el petróleo de la lámpara!
Después de todo, pero después de todo, sólo se trata de acostarse juntos, se trata de la carne, de los cuerpos desnudos, lámpara de la muerte en el mundo.
Pero a mí nada me entusiasmaba tanto como el mar, y dominado por este deseo, me negaba a acatar la voluntad, las órdenes, más bien, de mi padre y a escuchar las súplicas y ruegos de mi madre y mis amigos. Parecía que hubiese algo de fatalidad en aquella propensión natural que me encaminaba a la vida de sufrimientos y miserias que habría de llevar.
Ninguna prohibición de la Torá es tan difícil de acatar como la de las uniones prohibidas y las relaciones sexuales ilícitas